viernes, 20 de septiembre de 2013

Pérez Galdós, vecino de Santander.

Este pasado verano, el CDIS (Centro de Documentación de la Imagen de Santander) dedicó una pequeña muestra fotográfica al chalet que se hizo construir don Benito Pérez Galdós (1843-1920) en la curva de la Magdalena, entre el Paseo de la Reina Victoria y la calle que hoy lleva el nombre de nuestro más lúcido y soberbio narrador después de Cervantes.

Para conocer las andanzas del ilustre escritor por la capital cántabra hay que recurrir a los trabajos del cronista oficial, don Benito Madariaga de la Campa. En especial, a dos: Pérez Galdós. Biografía santanderina (Institución Cultural de Cantabria, 1979); y Pérez Galdós en Santander (Librería Estudio, febrero de 2005).
 
El novelista canario visitó por primera vez Santander en el verano de 1871, acompañado de su hermana Concha, soltera, y de su cuñada Magdalena, viuda. Rápidamente, tomó amistad con el narrador de las costumbres montañesas, el conservador José María de Pereda, encantado con tener allí a un colega, que por entonces abandonaba el periodismo y se abría paso en la Literatura. Galdós había escrito para los periódicos y había realizado bocetos ilustrativos para ellos, como las escenas del proceso contra Higinia Balaguer, acusada del crimen de la calle de Fuencarral y ajusticiada en garrote vil. En febrero de 1868, sacaba en La Abeja Montañesa un artículo sobre Rossini, evidente señal de que Santander ya estaba en su pensamiento. Galdós se había estrenado como novelista en 1870 con La Fontana de Oro, un relato de conspiraciones liberales contra el gobierno absolutista y tiránico de Fernando VII. Había dado también por entregas su novela corta La sombra, de matiz neogótico e inspirada por el tema del doble. Durante esa década, alumbraría una serie de novelas de tesis, (“teológicas”, como las tildaba Marcelino Menéndez Pelayo) cuya máxima inquietud residía en el enfrentamiento ideológico a costa de un escaso calado psicológico. Nos estamos refiriendo a Doña Perfecta (1876) y Gloria (1877), principalmente. De ese momento es también su delicado folletín Marianela, ambientado en tierra cántabra, y obra muy querida por su autor. En 1873, Galdós inaugura los Episodios nacionales con Trafalgar. En Santander tenía el novelista mar y montaña, en un clima muy suave y benigno en estío, hasta lluvioso. Su puerto posibilitaba el enlace con otras capitales europeas en los grandes buques de la Compañía Trasatlántica, propiedad del primer marqués de Comillas, don Antonio López, admirador de Galdós (hasta que este se declaró republicano). Entre 1871 y 1890, permanece los veranos Galdós en Santander, a menudo de julio hasta octubre. Pereda es el encargado de buscarle alojamiento en algún hotelito. Allí tiene sus escarceos amorosos más sonados, pues le encanta echar unas canitas al aire junto al Cantábrico. Y nos habla de los lances de otros, como el del rey Amadeo de Saboya con la “Dama de las patillas”, Adela Larra, hija del escritor.
En la década de 1880, justo después de que su hermano Ignacio fuera nombrado gobernador militar de Santander, el pulso de Galdós como novelista progresa y se robustece. Curiosamente, ya no habla de la Montaña, sino de Madrid, en un nuevo estilo que busca más el distanciamiento del personaje y el multiperspectivismo objetivo.  El elocuente cronista de la Villa y Corte habla del impulso irrefrenable de la naturaleza, del fracaso ante él del infundio teológico cristiano, y de la impiedad, la hipocresía y la ingratitud extrema. Son tiempos para La desheredada (1881), Lo prohibido, Fortunata y Jacinta y Miau (1888). En 1890, Galdós se decide a construirse una residencia propia en la ciudad, y compra una parcela, que amplía el año siguiente. Él mismo diseña los planos iniciales de lo que será su chalet, “San Quintín”, que le firma en seguida el arquitecto Casimiro Pérez de la Riva. Las dos primeras hipotecas para iniciar la construcción le suponen tener que devolver 24.000 pesetas de entonces. En 1899, aún solicita otro préstamo por 35.000 más, después de haber satisfecho los primeros. Galdós se financia muy bien con sus nuevos estrenos teatrales, que algunos son adaptaciones de sus novelas.


 
“San Quintín” era un chalet de aire montañés e indiano, construido con piedra, mampostería, ladrillo, hierro forjado y cubierta de teja con armazón de madera. Disponía de sótano, planta baja, y dos alturas. Sobre el tejado dos claraboyas, veleta y pararrayos, y un panel orientado a la bahía con dos leones rampantes y el lema “Plus Ultra”, con fondo azul. En un ángulo de la terraza, la bandera española. En el terreno libre, espacio para huerta y jardín, con pozo y aljibe. En el jardín, un banco de azulejos que es lo único que se conserva, junto al muro original y sendos títulos del nombre de la propiedad, también en azulejo añil. La entrada señorial daba al norte, pero era la que menos se usaba. La de servicio, al sur, al paseo de la bahía por donde pasaba el tren que llegaba al Sardinero.
En la planta baja, estaba el gabinete de trabajo del escritor. Al fondo, un amplio ventanal de vidrios coloreados, sillones de terciopelo rojo, estanterías con abundantes libros y retratos y una maqueta de galeón colgando del techo. Próximo, un cuarto pequeño con vitrinas para sus obras, sus traducciones, y sus manuscritos originales. En esta misma planta de entrada, había un comedor de nogal, la cocina y una galería que daba a la huerta.
En el primer piso, un estudio de dibujo y pintura, con retratos dedicados, fotografías, bronces y armas. Anaqueles de esmerada ebanistería. En su alcoba, una cama discreta de hierro junto a la ventana, con silla y mesita de noche, lavabo, mecedora a los pies, armario ropero y librería. En la cabecera del lecho, un grabado del Cristo de Velázquez.
En el jardín, un pino con horquilla para colgar una hamaca y descansar en ella. Hortensias, madroños, un álamo y un laurel. A los pies de este laurel enterraba Galdós a sus perros. En la huerta, plantaba el autor remolachas, patatas y pimientos. De temperamento flemático y reposado, cierta vez montó en cólera cuando le sirvieron sus propias remolachas adulteradas con azúcar.
Le gustaba experimentar con globos aerostáticos, que soltaba desde el jardín. Odiaba los cohetes y petardos y no los toleraba en su casa. Amaba los animales, y llegó a cuidar allí golondrinas, palomas mensajeras, dos cabras, dos gansos machos (“Rinconete” y “Cortadillo”) y, en sucesivas etapas, sus tres canes: “Polo”, “Titi” y “Canario”.
“Esta casa mía tiene este año cuatro nidos de golondrinas, uno más que el año pasado. En mayo, los malditos pintores que estaban pintando la casa, derribaron dos de los antiguos nidos. Las pobres avecillas tan buenas, leales y consecuentes, no huyeron de este lugar” (Carta a Teodosia Gandarias).
La mansión se habitó en septiembre de 1892, y en octubre Galdós escribió en ella su novela La loca de la casa, que pronto transformó en comedia, pues la escena era más rentable. En “San Quintín” se comenzaron a organizar veladas literarias e intelectuales. Además de sus amigos conservadores –Pereda y Menéndez Pelayo--, Galdós disfrutaba de las visitas de su correligionario José Estrañi, el director liberal de El Cantábrico; de las actrices María Guerrero y Margarita Xirgu; del escritor Amós de Escalante; de los hermanos Álvarez Quintero, comediógrafos; de la novelista y amante suya Emilia Pardo Bazán; del torero “Machaquito” y su hija Rafaelita; de los doctores Madrazo y Marañón (padre e hijo); de políticos como Pablo Iglesias y el conde de Romanones. En “San Quintín” anidaron sus amores con Lorenza Cobián –madre de su única heredera, María, santanderina—y con Concha Morell. Lorenza era modelo de pintores, semianalfabeta y acaso el vaciado para Fortunata. Era una mujer depresiva e inestable, que se suicidó en Madrid en julio de 1906. En cuanto a Concha Morell –molde de Tristana--, se trataba de una republicana radical, fantasiosa y neurótica aspirante a actriz de teatro, fallecida tísica en Monte, a las afueras de Santander, en abril de 1906. Galdós fusiló parte de sus cartas íntimas en el argumento de Tristana. Al menos dos de las amantes del escritor padecían de una fuerte inestabilidad emocional. Él mismo era muy tímido y reservado, callado y observador, en especial con las mujeres. Quizá por eso atrajera más a individuas con dificultades, peculiares y no muy normales. Además veinte o más años más jóvenes que él. El autor canario siempre procuró ayudarlas económicamente, y recomendarlas para los empleos que pretendían. Sin embargo, jamás contempló la opción del matrimonio, pues no creía ni confiaba en un compromiso de larga duración. En este sentido, la actitud francamente despegada hacia las discípulas de su alter ego en Fortunata y Jacinta, don Evaristo Feijoo, ejemplifica a las mil maravillas su relación liberal con el sexo complementario.
Concha Ruth Morell –alias La Rusiña o La Centaura-- es Tristana. Una mujer puesta al cuidado de un protector mucho mayor que ella. Liberal, nada interesada, y con afán de trabajar firme para independizarse. Pudo inspirar también el temperamento imprevisible de Electra. Galdós viajó varias veces con ella, presentándola como su sobrina. Estuvieron juntos en París, País Vasco y Navarra. Cuando visitaba Santander, se quedaba en Astillero. En marzo de 1897, le dio por hacerse judía. A partir de 1904, al amparo de algún convento de acogida santanderino, no se le ocurrió otra cosa que volverse anarquista. Se tildaba a sí misma de “loquilla”, “chiflada” e “histérica”. Galdós rompió con ella, pero le pagaba una casita en Monte, que fue su postrer refugio. Concha, tísica, se despidió con 42 años. Pío Baroja, que no perdía comba a la hora de poder criticar a Galdós, y supo de estos amores y desvaríos, soltó que el canario era un hombre “un poco lioso y hasta trapacero”.


 
A su hija ilegítima María, a la que no reconoció legalmente hasta poco tiempo antes de morir él, reprocha Galdós su amplio desapego hacia su madre Lorenza, casi culpándola de su acabamiento: “Hiciste mal en largarte a las Arriondas dejando a tu madre sola en Madrid. No me extraña que la soledad separada de ti haya acabado de trastornarla, llevándola a un fin tan desgraciado. ¡Pobre Lorenza!” Mas se podría recordar en este caso aquello de “cuántos ven la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio”.
Sin embargo, fue una mujer, a la que Galdós estimaba grandemente, la madrina de sus primeras novelas, la financiera de las primeras ediciones. Era su cuñada viuda doña Magdalena Hurtado de Mendoza, fallecida en Santander el 13 de octubre de 1894. Esta señora le llevó, además, a París en 1867. Y fue, así mismo, otra mujer, la vasca Teodosia Gandarias, la que inició el último viaje a muy pocos días de enterrado el escritor. Trece años de secreta relación. Él murió a los 76 años, ella con 57.
Galdós era un escritor pausado pero disciplinado. Se levantaba a las cinco de la mañana, desayunaba en su despacho, salía a la huerta y daba de comer a los animales. Después entraba y se ponía a escribir, hasta el mediodía. Entonces podía bajar a la playa a darse un baño. Tras la comida volvía a trabajar en sus obras literarias y luego paraba para descansar y recibir visitas en el jardín. Cenaba a las ocho y se acostaba a las nueve y media. En Santander empezó o terminó muchas de sus mejores producciones: Trafalgar, Ángel Guerra, Torquemada en la cruz, Torquemada en el Purgatorio, La de San Quintín, Nazarín, Halma, El abuelo, Electra, El caballero encantado, Celia en los infiernos. Buena parte de los Episodios nacionales (Amadeo I, Prim, Cánovas, etc.) vieron la luz en “San Quintín”.
El 11 de agosto de 1915, don Benito fue recibido por los reyes, Alfonso XIII y Victoria Eugenia en su flamante palacio inglés de La Magdalena, reciente regalo del pueblo de Santander, que costó en su momento (1909) setecientas mil pesetas. Cinco años antes, el escritor ya había firmado manifiestos de signo republicano-socialista. Siendo agnóstico, y no ateo, se había mostrado anticlerical en Amadeo I. Sin embargo, engalanó su chalet y vivió con orgullo esa invitación regia, sobre la cual luego guardó un prudente silencio. La prensa católica más ortodoxa la emprendió en firme contra el antiespañolismo de Galdós, novelista descreído que no representa ni la moral ni el sentir de las arraigadas tradiciones hispanas. Obstaculizaron por cuatro veces su candidatura al Premio Nobel de Literatura, proponiendo y patrocinando en 1912 en su lugar a su buen amigo Marcelino Menéndez Pelayo. Los barcos de la Compañía Trasatlántica habían dejado de hacerle el saludo de ordenanza en su paso frente a su casa, y el marqués de Comillas había retirado todas sus obras de sus bibliotecas de viaje.
El 29 de septiembre de 1917, salía Pérez Galdós para Madrid, en el tren correo, para no regresar jamás a su querida Santander. Había perdido ya la vista, y su situación financiera era más que delicada. Sus obras no rentaban y el novelista no sabía ahorrar. Falleció Galdós, por uremia y hemorragias gástricas, en su piso de Hilarión Eslava de Madrid, el domingo 4 de enero de 1920, a las tres y media de la madrugada. Su capilla ardiente se erigió en el consistorio madrileño, y su cadáver recibió sepultura en el panteón familiar del cementerio de La Almudena.
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Galdós, postrado en Madrid, quería librarse de “San Quintín” aun antes de morir. Ordenó en 1919 a su albacea que iniciara los trámites para la venta. Este fijó un precio inicial de 400.000 ptas. en enero de 1920, fallecido ya su propietario. Diez años después, en 1930, la familia pedía 280.000 ptas., pero en 1936, el inmueble y su legado fueron tasados por técnicos estatales en 250.000 ptas.  Un precio muy alto, de cualquier modo, porque por 400.000 ptas. se vendía un chalet de estilo montañés, de tres plantas, con sistema de calefacción y mansarda, jardín frontal y parcela trasera cultivable, en el año ¡1960! El precio de hoy rondaría entre 0’9 y 1’3 millones de euros, según el estado de conservación. Nos parece que cien mil pesetas por la vivienda hubiera sido un precio más que razonable y generoso hasta 1935-36. Y pongamos otras cien mil más por el contenido de manuscritos, epistolario, pinturas, fotografías y primeras ediciones. Es decir, doscientas mil pesetas de entonces en total. Lo solicitado tanto por el albacea de Galdós como por sus herederos eran precios abusivos y desorbitados. En este aspecto discrepamos de don Benito Madariaga: no fueron las rencillas políticas las que llevaron a no comprar para el municipio o el Ministerio de Instrucción Pública la vivienda del escritor, sino la falta de acuerdo económico. La prueba es que, el 20 de mayo de 1964, y después de largos preparativos desde 1959, el Cabildo Insular de Gran Canaria inauguraba en Las Palmas la Casa Museo de Pérez Galdós, amueblada con parte del mobiliario de su piso de Hilarión Eslava y algunos enseres de “San Quintín”, que la familia había vendido tras la contienda civil. “San Quintín” se vendió a un particular en 1940. Pese a la furibunda oposición del obispo Antonio Pildain, quien incluso se quejó por oficio al Jefe del Estado, el General Francisco Franco, el museo quedó abierto.
Entre tantos dimes y diretes, ¿quién vigiló y cuidó la finca santanderina una vez desaparecido su propietario? Pues Manuel Rubín González, carabinero del cuartelillo de La Magdalena, natural de Peón (Asturias), quien entró al servicio de Galdós en 1899. Rubín, más que un criado, era un amigo más del novelista. Se habían conocido casualmente, cuando el militar se acercaba por allí los veranos a pedir un vaso de agua fresca. Pero este hombre falleció de repente en diciembre de 1929. Se sentó en un banco del vestíbulo, con la cabeza apoyada en el brazo derecho y el manojo de llaves en la mano izquierda. Se olvidó de respirar. Los vecinos lo vieron a través de un cristal, como dormido, inmóvil, con la perra “Nela” quejándose a sus pies. Su alma había subido en uno de esos globos que se lanzaban desde el jardín.
©Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2013.
 

5 comentarios:

  1. Excelente escritor. Mientras en medio mundo se estudia a Shakespeare. Don Benito muy superior literariamente esta olvidado casi. País de bestias pardas. Uno de los responsables del atraso Español ha sido la llamada "Iglesia católica española" Manera muy particular de entender la cultura. Mucha sotana, dogma, Y caletre vacio.

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  2. Don Benito insuperable....ojalá hubiéramos conservado San Quintín, pero su obra nos acompañará siempre.

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  3. El gran olvidado de las letras y merecedor del novel,en Lugar de tanto mojigato escandinavo.

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  4. Muy buen resumen! Es curioso que Galdós siguió el proceso contrario y terminó declarándose republicano. Seguramente en coherencia con los tiempos y con su vida, llena también de incongruencias.
    Pero yo buscaba la fecha en que se tiró San Quintín.

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    1. Estimada Isabel: El chalet original de don Benito se vendió a un particular en 1940. Creo conocer que el derribo vino poco después de la compra. Es decir, la construcción que hoy existe debe de datar de los años 1941-1942 aproximadamente.
      Interesaba, en parte, borrar todo vestigio del paso del novelista por Santander, habida cuenta de su ideología republicana y afín al socialismo.
      Solo se conserva una parte del jardín, así como los famosos azulejos con el nombre "San Quintín" sobre los muros externos (uno a Paseo Reina Victoria, y otro a Benito Pérez Galdós).

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